"Si el Carmelo tiene la gloria del Culto Josefino, es por el incremento que le dio Santa Teresa, continuado por sus hijas e hijos, quienes proclaman gozosos con su Sta Madre: " San Jose es mi verdadero padre y señor". Por ello es protector especialisimo del Carmelo Teresiano desde sus origenes"



jueves, 23 de diciembre de 2010

El nacimiento de Jesús


Después que María y José habían llegado a Belén, María dió a luz a su bebé en un humilde pesebre de paja, en un establo junto a los animales.
Este lugar era lo único que ellos habían podido conseguir durante su estadía en Belén. No eran personas que poseían riquezas materiales. Pero tenían la enorme responsabilidad y el honor de criar y educar al hijo de Dios.

El calor de María, unas pobres mantas y su humilde cunita hecha de paja lo abrigaban.
En ese mismo instante, muy cerca de allí, un grupo de pastores descanzaban con sus rebaños de ovejas. Los pastores de ovejas en las noches estrelladas solían agruparse entre ellos para conversar y protegerse entre sí de los lobos y ladrones que acechaban por la zona.

Estando todos reunidos de pronto vieron una luz intensa los sorprendió, ellos tuvieron muchísimo miedo.
La luz que los encandiló era un ángel que se acercó a ellos y les dijo que no temieran y les contó que el Mesías había nacido. También les explicó como llegar hasta el establo donde Jesús estaba y de qué manera encontrarían al niñito.

Miles de ángeles celestiales cantaban en el cielo "Gloria a Dios en las alturas y en la tierra Paz, buena voluntad para con los hombres".
De esta manera los pastores llegaron establo y se encontraron con María, José y un bebé muy especial envuelto en sencillas mantas en una cunita hecha de paja, tal cual se lo había descrito el ángel.
Los pastores se arrodillaron ante el niño y lo adoraron, le contaron a María y a José lo que les había ocurrido aquella noche, y el anuncio del ángel.
María escuchaba estas palabras con atención, mientras se fortalecía pensando que Dios estaba dirigiendo todas las cosas. Ella sabía perfectamente donde se encontraba su hijo y a pesar de que estuviera en un humilde pesebre Dios los acompañaba.

De esta manera, Jesús, el libertador que el pueblo de Israel había esperado durante tanto tiempo, nació en un establo, muy lejos del brillo de los grandes palacios y los festejos que comúnmente rodeaban el nacimiento de un rey.

viernes, 17 de diciembre de 2010

TEOFANES EGIDO ESCRIBE SOBRE SAN JOSÉ


"No ha sido fácil el reconocimiento de san José en la Iglesia, y la mirada hacia su historia resulta, cuando menos, desconcertante pero también comprensible.Los evangelios, el de Mateo y el de Lucas, contra lo que suele afirmarse con cierta carga de ironía a veces, no hablan tan poco de José, de quien, en contraste, no registran ni una sola palabra: tiene su anunciación, cree y actúa con la eficacia de su silencio en la responsabilidad de esposo de María y padre singular de Jesús, de custodio del Redentor. Porque, a pesar de las inercias de tantos teólogos, de bastantes mariólogos (no de todos), resulta que el misterio de la Encarnación aconteció, conforme al proyecto divino, por mediación de María, pero no solitaria sino desposada ya con José, compañero y protagonista en la vida oculta de Jesús.


Decía que es perfectamente comprensible el silencio y hasta el cúmulo de deformaciones que se cernieron sobre esta figura silenciosa en el tiempo posterior a la catequesis evangélica. Era preciso salvaguardar el valor, tan estimado, de la virginidad de María y defenderla frente a los ataques de herejías agresivas. La salvaron a la perfección, y mirando a los datos evangélicos, padres de la Iglesia como san Justino, san Agustín, san Jerónimo, san Juan Crisóstomo. Otros, sin embargo, se dejaron seducir por las fantasías de los apócrifos, que se acogieron al recurso de convertir al esposo de María en viejo, muy viejo, y en viudo con hijos habidos en matrimonios anteriores. Y esta percepción de José ancianísimo fue la que se impuso durante siglos a lo largo de la edad media.La literatura popular, los sermones, la iconografía en sus variadas expresiones medievales, fueron los transmisores y son testigos de aquellas representaciones de san José tan viejo, aislado y de espaldas al nacimiento, en papeles secundarios cuando no casi ridículos de portar un farol, de hacer sopas o, lo más frecuente y significativo, de estar de espaldas o dormido tan tranquilo y tan ajeno al misterio de alegría bulliciosa en aquel espacio animado de la navidad.


El redescubrimiento de san José se produjo con el retorno al evangelio reclamado y realizado por los humanistas a partir del siglo XV. El precursor reconocido fue el canciller de Paris, Juan Gerson, encariñado con la misión y con la figura de José, con su paternidad singular, con el matrimonio con María, escritor del poema encendido de la Josefina, empeñado en conseguir la celebración de la fiesta de los desposorios, y empeñado con más denuedo, si cabe, en cambiar la imagen de un José viejo por la más acorde con su misión de esposo y padre, es decir, la de José joven y, añadía, hermoso.El autorizado canciller, que tanto influjo ejerció en la espiritualidad posterior, lo ejerció también en este particular aspecto de la figura, de la devoción, del culto, creciente a partir de entonces (eran los tiempos del concilio de Constanza, por 1416) y aunque la eclosión tuviera que esperar al manifiesto de santa Teresa, recogido todo ello y expresado en libros, en sermones entusiastas, en pinturas llenas de ternura como las del Greco o Zurbarán, en tallas rebosantes de fortaleza como las de Berruguete, de Gregorio Fernández y del barroco español. La presencia de san José se hizo realidad en la Iglesia, en la devoción del pueblo, en tratados de teólogos, en la literatura religiosa, en el culto y en la liturgia.


Como expresión del fervor, su fiesta se hizo universal en el siglo XVII, fue proclamado patrono de obispados, de países, de órdenes religiosas y, por Pío IX en 1870, de la Iglesia universal. Eran tiempos necesitados de la protección de san José, como lo eran, por otros motivos, aquellos en los que el Papa León XIII publicó la única encíclica josefina (Quamquam pluries, 1889). Ya en el siglo XX, Juan XXIII, tan devoto del Santo, incluyó su nombre en la plegaria litúrgica (en el canon) de la misa.Después del concilio Vaticano II (¿quién recuerda que Juan XXIII proclamó al esposo de María velador especial del concilio?) san José no se libró de la crisis general que hoy se refleja en olvidos pero también en recuerdos, en la renovación de su teología, en congresos, en centros y publicaciones dedicados a su estudio y animados por la hermosa y profunda exhortación apostólica Redemptoris Custos de Juan Pablo II."


(Teofanes Egido)

miércoles, 8 de diciembre de 2010

Padre terreno


Su fe era tal que no albergó dudas o incertidumbres, fue a donde Dios lo enviaba, con su carga, con sus tesoros constituidos por una delgada madre y un recién nacido que luego se fue haciendo niño. Como padre, no se opuso, sino que, conociendo la Divina Voluntad, cuidó, acompañó y, en su ãnimo ardiente, bendijo a su Hijo, a fin de que anunciara la Palabra y se cumplieran en el mundo los designios del Padre.

Fue un trabajador modelo, un ejemplo admirable. Llevó a la familia sobre un navío certero y supo guiarla hacia playas y puertos seguros, incluso cuando las aguas eran tumultuosas. Supo ser un digno compañero de su esposa y se amaron con sentimientos tan puros que encantaron a los Ángeles del cielo.

¡Oh Vosotros, padres!, extraed enseñanza de este hombre que supo construir una familia humana. Aplicó a ella todas las virtudes de que era capaz con su alma ardiente de amor. Solo el amor y la fe le permitieron, en el camino de su vida, superar notables obstáculos y ofrecer tanta delicadeza humana a su alegre niño que tanto adoraba.